lunes, 27 de febrero de 2012

Prevencion de las Drogodependencias

PREVENCION DE DROGODEPENDENCIAS
 
La prevención de las adicciones -no sólo de la drogodependencia, sino otras que no implican necesariamente una sustancia determinada-, a pesar de que cuenta con una corta historia, ha pasado por diferentes cambios en su evolución.
 
            Fue en la década de los 80 cuando surge, desde iniciativas puntuales, la prevención de las adicciones a sustancias, aunque circunscrita al ámbito escolar. Se trataba de una prevención primaria, de carácter informativa y centrada en los alumnos, ya fuese a través de charlas de policías o de ex-toxicómanos, con bastantes conceptos que hacían referencia a estereotipos manejados por entonces cuando se hacía referencia al mundo de las drogas: «Drogadictos», «delincuentes», «heroinómanos», «viciosos», «jeringuillas»...
 
            A nivel comunidad, las acciones emprendidas se caracterizaron por la falta de metodología y cierta ambigüedad de los programas, centrados sobre todo en la formación y sensibilización sobre drogas «ilegales», en un intento de reducir el consumo. Es llegada la década de los 90 cuando se evoluciona hacia la prevención con programas de promoción de la salud dirigidos tanto a escolares como a padres y educadores. Se trabaja ahora también las drogas «legales», los valores y habilidades sociales y se elaboran publicaciones y material didáctico sobre este tema, fundamentalmente desde las Comunidades Autónomas y asociaciones de ayuda al drogodependiente.
           
Parejo a todo ello surgen inquietudes asociativas, principalmente de madres y padres afectados, para buscar soluciones al problema de las drogas, ante la inoperancia de la Administración, reclamando atención y centros de tratamiento para sus hijos. Se combatía la droga y el tráfico con manifestaciones populares, lo que tuvo un eco social importante reflejado en todos los medios de comunicación, tanto que el tema de la droga y la inseguridad ciudadana llegaron a ser dos de las mayores preocupaciones de los ciudadanos.
 
Hoy en día, aquellos primeros pasos han dado como fruto la profesionalización de las entidades y una mayor coherencia y eficacia en los programas, ya sean libres de drogas en comunidades terapéuticas y unidades de día o de mantenimiento con metadona, aunque una buena parte de la atención a drogodependientes sigue en manos de centros con fundamentos religiosos regidos por ex-toxicómanos.
 
En el ámbito comunitario comienzan a surgir los planes autonómicos sobre drogas y los planes municipales, que perfilan y diseñan las actuaciones en materia de prevención, asistencia o reinserción. Surgen, consecuentemente, programas comunitarios en barrios concretos, con profesionales de la salud y el trabajo social que coordinan todo el abanico de voluntarios y entidades juveniles, sociales, vecinales y otras instituciones implicadas. A todo ello se suman otros programas específicos, ya sean de incorporación social, ocupacionales, asistencia jurídica y penitenciaria, pisos de acogida o de inserción, centros de día, etc. Aunque queda bastante por hacer, muchos jóvenes han recuperado su salud, su autonomía personal y han mejorado su calidad de vida, disminuyendo consiguientemente el deterioro familiar y social.
 
Pero la prevención sobre drogas hay que enmarcarla dentro del concepto genérico de promoción de la salud (bio-psico-social), ámbito más amplio que la prevención específica, inespecífica, primaria, secundaria o terciaria, pero siempre adecuándola a realidades concretas y prestando atención a los grupos de riesgo, promoviendo actividades hacia la población juvenil y coordinándose entre los distintos servicios y agentes sociales. Por eso, y para no caer en errores anteriores o repetir acciones fracasadas, habrá que partir de datos, estudios y análisis, además de conocer y optimizar los recursos institucionales y sociales o crear los necesarios.
 
Tampoco podemos olvidar que la comunidad, en su conjunto, debe afrontar el problema social que supone el uso y abuso de drogas, por lo que su participación debe ser estudiada y motivada si queremos que este complejo problema de salud sea abordado de forma global e integral.
 
Después de afrontar durante dos décadas el problema de las adicciones en su aspecto de desintoxicación e inserción, todos los expertos ponen el énfasis en la necesidad de articular medidas preventivas que, con objetivos, metodologías y evaluaciones contrastadas, permitan detectar necesidades y darles respuestas. Para ello, es ineludible promover programas adaptados a cada realidad, con controles de calidad y continuidad en el tiempo. Además, se insiste en la creación de recursos y actividades, en la formación de los agentes sociales y en una coordinación efectiva.
 
La educación para la salud o la intervención comunitaria pueden ser instrumentos metodológicos para conseguir, por una parte, que el individuo sea el protagonista en la promoción de un estilo de vida más saludable y, por otra, que la comunidad se capacite para encontrar soluciones a los problemas que se gestan en su seno. De ahí que las acciones con un marcado carácter preventivo tengan que desarrollarse desde la cercanía a la población y con la participación de ésta. Por eso se puede dudar del éxito de un programa si los sectores y agentes sociales -colegio, parroquia, centro social, centro de salud, sindicatos, asociaciones de padres y madres, vecinos, maestros, educadores de calle, farmacéuticos, monitores...- no se comprometen con sus fines o los profesionales responsables del programa no buscan la coordinación y el intercambio.


 
 
 
 
La Salud ya no se entiende como la ausencia de enfermedad, sino como la situación de un completo bienestar a nivel físico, psíquico y social, tal y como la definió la OMS:
 
«La Salud es el equilibrio y la armonía de todas las posibilidades biológicas, psicológicas y sociales que puede desarrollar la persona. Este equilibrio exige, por una parte la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre. Estas necesidades son cualitativamente las mismas para todos los seres humanos: Necesidades afectivas, de nutrición adecuadas, de cuidados sanitarios, de educación y de bienes sociales. Por otra parte la Salud supone una adaptación siempre renovada a un medio en constante cambio».
 
También debemos entender por Salud una manera de vivir cada vez más autónoma y solidaria, lo que significa poder evitar la enfermedad o curarla, así como tener el nivel de vida y cultural suficiente para construir el propio estilo de vida de una manera libre, responsable y feliz. Por eso, el mantenimiento de la Salud requiere de una responsabilidad creciente de los individuos de las familias y de las comunidades frente a los riesgos que la amenazan, lo que implica la necesidad de una aproximación pluridisciplinar y multisectorial a los problemas que le afectan.
 
Creemos que es evidente que toda acción educativa, aunque no se relacione directamente con problemas sanitarios, constituye un eficaz medio para elevar la salud de los individuos y de la comunidad. El papel del educador como agente de salud ha sido reconocido por todos los estudiosos del tema al asumir su propia responsabilidad en la acción que emprenden entre individuos y colectividades como promotores de salud física o psico-social. Ello implica necesariamente que deben adquirir conocimientos básicos sobre la problemática a la que normalmente se enfrentan, más aún si lo hacen entre colectivos marginados socialmente como en el caso de los Educadores de Calle.
 
Un aspecto importante de la prevención correspondería a la familia, primer educador del sujeto. Habrá que devolverle, por tanto, ese protagonismo que a veces se ha delegado a la escuela, articulando los medios precisos para que recupere su papel socializador y asegure el proceso educativo de hijos e hijas. Para ello no sólo deberá disponer de los recursos vitales para su sostenimiento -vivienda, trabajo, sanidad...-, sino que habrá que poner a su alcance otros medios que le faciliten esa tarea impostergable, que necesariamente se desarrolla dentro de una comunidad. Esto nos conducirá a demandar servicios que, por su naturaleza, no solapen ese papel protagonista, sino que lo realcen y estimulen: Escuelas de padres, orientación familiar o cualquier otro que cubra las carencias descubiertas.
 
Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta a quien nos dirigimos, se ha realizado este Manual que permitirá, sobre todo a los educadores y educadoras, adquirir los conocimientos básicos sobre las características fundamentales de las sustancias en mayor uso, con una breve visión histórica sobre las mismas, los dispositivos asistenciales, las estrategias de mediación educativa, los recursos disponibles y la planificación de la intervención preventiva.
 
Pretendemos que a través de la lectura y reflexión de los contenidos y conceptos se obtenga una visión amplia sobre estos aspectos que forman parte de una acción integral ante las drogodependencias, con el fin de no demorar más la cuestión más olvidada: La prevención. Así, conociendo las características socio-psicológicas que nos permiten identificar a las personas en riesgo o potenciales consumidores de drogas y detectando cuáles son los ambientes socioculturales que favorecen su consumo, podremos promover actuaciones adecuadas en los diferentes ámbitos y situaciones.
  

 

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